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La reparación

  • por Tina Gardella para el Diario del Juicio

Fotografía: Bruno Cerimele

Los Juicios de Lesa Humanidad como reparación de tanta espera, de tanto dolor…tienen, qué duda cabe, un carácter único, reconocido socialmente. ¿Pero es posible pensarlos como ese lugar irremplazable desde el cual la reparación como acción política se proyecta a otras dimensiones que construyen comunidad?
En el Juicio de Villa Urquiza atestigua Silvia. Desde su expresión inequívoca de infinita tristeza, cuenta los pormenores del asalto a su vida adolescente, cuando a los 16 años, en la calle, la toman por la espalda, sin darle tiempo a nada y la tiran en un auto. Luego de pasar por la Jefatura, la “Escuelita de Famaillá” y la cárcel de Concepción, la dejan en la cárcel de Villa Urquiza.

Las penurias atravesadas se sintetizan en una sola frase: “Yo no quería vivir. Estaba convencida que allí me moriría, por lo que no tenía sentido hacer nada”.
Sin embargo, gracias al apoyo y sostén de sus otras compañeras de prisión, no cayó en un pozo depresivo mayor. Pero además de esa compañía emocional, la sostenía su ser adolescente que estudiaba el secundario.
Le cuenta al Tribunal que cuando la celadora venía con un palo a levantarlas violentamente, ella se imaginaba que era su madre quien la despertaba  para ir al colegio. Y como forma de pensar que la vida podía seguir, a pesar de todo, pidió rendir en su colegio, las dos materias que se había llevado a examen. Pero Silvia añadió inmediatamente: “decisión de la que me arrepiento y me arrepentiré toda la vida”…
¿Por qué? ¿Qué puede hacer que una decisión tan de vida en ese encierro de muerte, pueda de pronto trocar en el carácter duro y frustrante de un arrepentimiento doloroso?
La humillación. Con tremenda desazón, nos pone ante la escena de llegar al colegio para rendir esposada, custodiada como un delincuente de gravísima peligrosidad, con los profesores y alumnos mirándola pasar y con algunos murmullos de “ahí viene la subversiva”…casi como esperándola, casi como espectáculo aleccionador, casi como amenaza cierta de “miren lo que les puede pasar si…”, casi como certeza del “por algo será…”
Es cierto que todos somos víctimas y trabajamos para dejar de serlo. Es cierto que todos constituimos una comunidad de daño. Que estamos afectados todos.  Pero hay reparaciones que se esperan. No sólo la de los Juicios.
Las pautas de comportamiento que proyectaron y proyectan los establecimientos educacionales, exceden a leyes y programas donde se institucionaliza como proyecto de país la Memoria, la Verdad y la Justicia.

Por qué no pensar entonces, que estaría muy bueno que el Colegio Monserrat en donde cursaba Silvia su secundario,  pudiera tener un gesto de reparación para que esa humillación que existe en toda su latencia, pudiera tener, por fin, el cauce sanador de las heridas que aun restan aliviar.

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